sábado, 5 de febrero de 2011

Tres miradas

Iba yo caminando, absorto en mis pensamientos, cuando llegué a un punto donde vi que un guayacán seguía, en parte, florecido, aún cuando el piso era ya amarillo de tantas hojas caidas.

Un viejo amigo me interrumpió el paso y me saludó, con su típica tristeza traslucida en su mirada. Vestía nuevas ropas y veía que se recuperaba, pero notaba yo que aún quedaba un tiempo hasta verle recuperado.

El viejo poeta vociferaba cosas al viento, y la gente indiferente pasaba por encima de sus quejidos y a veces de su persona. Algunos lo consideraban loco, y le lanzaban una moneda acompañada de una triste mirada a su desgracia. Me acerqué y escuché su voz ronca y desgastada por el tiempo. No eran palabras lo que me pintaban esas letras amarillentas, era un guayacán florecido que se hizo indigente para pasar desapercibido.

Un libro

Recorriendo por fugaces momentos la hoja, la tinta hacía permanente la sombra absoluta del contacto entre el papel y la punta del lapicero, patrones regulares eran trazados sin pensarlo, y las formas iban haciendose visibles. Así pasó un buen tiempo en el que el hipnótico sonido del lapicero rayando la hoja era lo único que había en esa noche, que se presentaba como una compañera atenta.
Luego de terminar lo escrito, lo miró, lo leyó mientras que en su rostro se desarrollaban las más variadas emociones. Asintió, tomó la hoja entre sus manos y la arrancó de la libreta. No eran mas que letras, pensó, pero gran parte de el también lo era. Se recostó en la cama, y entonces cerró sus tapas y se durmió.