Iba yo caminando, absorto en mis pensamientos, cuando llegué a un punto donde vi que un guayacán seguía, en parte, florecido, aún cuando el piso era ya amarillo de tantas hojas caidas.
Un viejo amigo me interrumpió el paso y me saludó, con su típica tristeza traslucida en su mirada. Vestía nuevas ropas y veía que se recuperaba, pero notaba yo que aún quedaba un tiempo hasta verle recuperado.
El viejo poeta vociferaba cosas al viento, y la gente indiferente pasaba por encima de sus quejidos y a veces de su persona. Algunos lo consideraban loco, y le lanzaban una moneda acompañada de una triste mirada a su desgracia. Me acerqué y escuché su voz ronca y desgastada por el tiempo. No eran palabras lo que me pintaban esas letras amarillentas, era un guayacán florecido que se hizo indigente para pasar desapercibido.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario